En las últimas décadas cada vez son más los artistas que intencionadamente se acercan a la cultura popular, abogando por una producción más comprometida con lo ordinario y crítica con las esferas en las que se desenvuelve el arte contemporáneo. Podemos decir que Julio Falagán es uno de esos artistas que aún luchan por crear un lenguaje accesible a todo tipo de públicos. Durante su trayectoria hemos visto una producción que considera la vida cotidiana como un lugar fructífero para la intervención, o el terreno desde el que podemos cambiar nuestra forma de mirar. Quizá sea esta su nota más característica, un soporte que proviene de nuestra propia cultura popular; pinturas devaluadas de artistas anónimos, procedentes de mercadillos y tiendas de segunda mano, que interviene con una ya propia iconografía pop, irónica y divertida. Este interés en travestir pinturas olvidadas de modernidad no solo radica en asegurar la supervivencia de la cultura que nos identifica, sino también en propiciar y estimular una mirada lúdica hacia la obra, una mirada que mediante el humor acote la distancia con la que nos enfrentamos al arte.
Creo que el verbo “travestir” puede definir muy bien este modo de hacer, pues se trata de subvertir imágenes estáticas, sin posibilidad de cambio, con el fin de convertirlas en un territorio dinámico y en constante reflexión. Esto solo se entiende si concebimos el travestismo como una búsqueda de la identidad mediante la asunción de roles en los que no estamos enmarcados, cuyo fin, es crear diferentes lecturas que hagan cuestionar las imágenes tan ancladas en nuestra mirada. Cuando aplicamos este término en un espacio tan consolidado como la pintura, su capacidad transgresora se traduce a través de la máscara y la parodia. Se trata de un ejercicio de “travestismo cultural” y búsqueda de unos valores mediante la exaltación de diferentes lecturas y contrarios: la tradición frente a la modernidad, el original frente a la copia, lo culto frente a lo popular… El concepto de máscara utilizado en estos cuadros costumbristas burla su identidad establecida. Mediante repintes, borrados y demás intervenciones se disfraza el imaginario propio de nuestra sociedad para desestabilizar la imagen original y construir nuevos significados.
En sus últimos trabajos podemos ver el resultado de una residencia en Senegal que realizó el pasado año a través de la Fundación Ankaria. Bajo el nombre Transversia, el proyecto apuesta por un intercambio cultural entre artistas españoles y autóctonos, siendo lo más interesante ver cómo una obra tan vinculada a la calle es sometida a un bombardeo de estímulos totalmente ajenos a lo conocido. Como resultado de esta beca nos encontramos con las obras de la serie DANKA DANKA (“poco a poco” en wolof). Una obra fresca y que gana en colores gracias a la combinación del tuning, la cartelería y las ricas telas de dicho país con su amplia colección de paisajes bucólicos. La fascinación por la cultura del rótulo es evidente en estas obras, en Senegal todo se rotula, autobuses, coches, anuncios de peluquerías, las barcas de los pescadores… Todo con una iconografía tan auténtica que es imposible de confundir, la cual va invadiendo estas nuevas piezas a la vez que se funde con nuestro imaginario colectivo.
Es interesante que en todas estas obras hay una gran presencia de los textiles senegale-ses; recordemos que no hay producción más vinculada a la vida que estos, pues definen el modo de vestir, de presentar los alimentos en la mesa e incluso de mostrar respeto a nuestros ancestros. De alguna manera, al ensamblar estos retales los está introduciendo en el mundo del arte, evidenciando su carácter convencional y consiguiendo así que el espectador se detenga a contemplar aquello a lo que jamás prestaría atención. Los as-semblage de Falagán niegan las diferencia entre arte y vida, generando un modelo de conocimiento que exige renovar la mirada y demostrando con ello la posibilidad de definir nuevos límites para el arte. En otras obras juega incluso con fragmentos de las embarca-ciones de los inmigrantes que jamás llegaron a nuestro país, ejemplo de ello es la obra El viaje, donde un trozo de cayuco encontrado en una playa senegalesa descansa sobre una marina española, casi como un recuerdo de esa tierra prometida. Se trata de detectar ideas en los deshechos de estos naufragios, de construir con la ruina para contar así la historia de los que nunca llegaron a tener voz.
Recorrer las playas, las tiendas de baratijas y los mercados de segunda mano de un nue-vo país ha formado parte de su proceso de aprendizaje, pues en ellos podemos encontrar una gran fuente de educación y orientación histórica. Son lo que Paul Nougé llamaría objets trouvés, objetos encontrados, aquel que más que por su factura, interesa porque uno puede verse reflejado en él, porque cuentan unas historias que enraízan profundamente en su identidad. Así pues, el poder de atracción de estos objetos y pinturas es fascinante, pues encontrados en un estado de pureza ininteligible y solitaria, se vuelven capaces de evocar cualquier perversión. Es la búsqueda de estos objetos mundanos, aquellos cuya capacidad subversiva iguala la intimidad que comparte con quien los utiliza, lo que le per-mite a este artista descubrir los secretos más profundos de una sociedad tan exótica para el ojo occidental.
Intervenir y jugar con la materia urbana senegalesa, a la vez que introduce notas propias de la nuestra, quizá sea la mejor baza para romper los muros que a veces nos frenan ante lo desconocido. Julio Falagán parte de piezas que hacen sentir cómodo al espectador, de una imagen que le es familiar y que sirve como punto de partida para trasmitir algo. Con un segundo vistazo, el espectador se da cuenta de que hay otras cosas, que la obra está contando una historia y así comienza el juego, atrapando al curioso. Es una curiosidad que produce un cambio de actitud en el que mira, pues ya no se queda en la simple contemplación de la obra sino que participa de ese juego, haciendo más fuerte la relación entre la obra y el espectador. Nos encontramos en un momento en el que la vida ordinaria comienza a reconquistar su valor para ser vivida y obras como esta nos invitan a reflexionar sobre lo que somos dentro de nuestra cultura, llegando en muchos casos a la conclusión de que para cambiar el mundo hay que intervenir en la esencia de lo cotidiano, pues es ahí donde se encuentran las raíces y los cimientos de una sociedad.
Etiquetas: Julio Falagán Última modificación: 17 marzo, 2020