La Habana, algún dÃa de mi vida; aunque perfectamente pudieran ser todos.
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Mediante la presente comunico la desconexión entre lo humano y lo puro. No hay engaño más fatuo que la pureza, ni descaro más vulgar que pretenderla (😒). Si algo genuino tenemos, al menos los pobres, los de abajo, los que no sabemos sobre la decencia, es nuestra imperfección, nuestras manchas, nuestra sociedad intrÃnseca —quise decir suciedad, perdón—, nuestra propia mierda (💩). La saboreada frente al espejo en tanto frotamos los ojos contra el asco que nos provocamos. La pureza no significa más que la vida, por eso estamos vivos y sin deseos de ser puros (🙄).

Esto puede ser poesÃa, pero no hablaré de poetas. De los poetas no se habla, por los poetas se sufre y cuando más al medio apuntas más se estremecen las lágrimas (😩). Los poetas no tienen las virtudes de la vida, entonces ¿seremos nosotros poetas? La virtud de la pureza, amasó el silencio, tanto la carne que hizo tiritar el látigo, dejándonos aquÃ, con el cuero ardiendo, desnudos, llenos de mugre y sangre, asqueados de la pureza (🤢).
La reivindicación del artista a su imagen es un leitmotiv desesperado dentro de la historia de las artes. Son emblemáticos los autorretratos de El Greco, Goya, Van Gogh, Rembrandt, Picasso o Freud. Incluso los desafiantes y pseudo-indecentes que se conjuró Basquiat, y los patológicos y viscerales de Schiele son reflejo de esa impresión narcisista o de autocomplacencia y sufrimiento que tantos propusieron en sus narrativas (🥺). Lo traigo a colación ya que este es un texto sobre expresiones y autorretratos, lecturas personales de un artista impuro. ¿Un poeta (🤔)?

El culto a lo hallado frente al espejo o las nociones de asimilación propia son figurativamente un método de reacción ante las estandarizaciones de la imagen, o simplemente un regodeo de formas prestas a involucrarse entre sà y para el mundo, como un escindido sÃmbolo de resistencia estética.
Hay sÃmbolos rituales que trasiegan al verso del ardid a lo marchito, otros que consagran la soltura de un momento y la maña de la excusa que también es un sÃmbolo. Hay tantos, que se pudiera escrutar en cada imagen que se llevan los ojos y encontrar la algarabÃa, el llanto, el todo, la revelación, los matices de una realidad interpretada a través de sÃmbolos (ðŸ§).
SÃmbolo son las palabras, los gestos, las grietas de una pared. SÃmbolo es la lluvia fina y cerrada que anuncia el advenimiento del breve invierno en el trópico. SÃmbolo es la ceniza en el piso y lo amarillo en las hojas. SÃmbolo es el ser, o la idea del ser, al que imitamos y ofrendamos devoción, y sÃmbolo es también ese cualquier elemento al que atribuyamos lo alusivo a cierta condición: nuestra imagen, nuestra esencia.
Vivimos en la extraña omnipresencia de la simbolización, la que nos construye y arraiga a los estigmas (😕). Todos trotamos al filo del sÃmbolo, cada quien con los suyos reinterpreta el ajeno, demostrando la apertura interpeladora con que condicionamos nuestro entender del entorno y de nosotros mismos (😉).

Venerar, adorar o reverenciar, son infinitivos que autentican la labor jerarquizadora a la que estamos expuestos. Innumerables maneras de pretender un culto redefinen la conciencia del individuo y la sociedad. Fórmulas dispares en el modo en que se asume la existencia o la vida.
Por mi parte, creÃa de niño que ética y estética convergÃan en el punto manso donde el mármol que abriga las sienes afinaba su canto (🤧). Pero sé ahora que el puro mármol no sirve de alabastro a la idea del creador en la noción de su trÃada perfecta, sino condiciona la marcha de su acción creativa (😱). Ya reconozco dónde el punto que aviva los ojos, deja de ser el mismo que sube el pálpito del beso que define al artista; y sé también que el mármol común perece ante el doliente ensayo del bardo, quien altanero en su porfÃa, impone su mutismo (😑). Entre estética y bardos mudos se resumen nuestras pretensiones, tanta pureza nos empaña el espejo y nos cristaliza el aliento (🥶).
De esta forma un amplÃsimo porcentaje de la historia la matiza nuestro afán por establecer estructuras simbólicas y construcciones, semejanzas entre nosotros y algo que solo hallamos en la persistencia de imágenes producto de nuestro hacer (😶). Asà el intento por recrear las reinterpretaciones de nuestra cotidiana simbologÃa, describe la pretensión por restructurar cauces de percepción, una alegorÃa a ese sÃmbolo que pretendemos ser: uno de cambio y deconstrucción propia, nacido desde intentos por (des)hacer al sÃmbolo (🤡).

Desde su serie Emoticonos, Irving Michel RodrÃguez Pérez insinúa el nexo entre la acción creadora y la superestructura del sÃmbolo, o la necesidad humana de consagrar su fe a deidades hechas a su imagen y semejanza que emergen como una suerte de reclamo entre corazonadas internas y reflejos en las ventanillas de los carros (😲). Entona y desafÃa con su rostro, desde el selfie, desde la expresión sostenida (🤨). Brinda su ánima, su espÃritu y su condición a través de la mirada, ingenua y sin prejuicios, en tanto adoniza y sabe como significante al trabajo del hacer sentencioso e individualmente coherente (😌). Hay quien se debe a lo infinito y hay quien se debe a sà mismo, y en ese acto de devoción se estructura la imagen: de ahà surge el discurso que pretende esta serie, la que sangra su paradoja estableciendo nuevas jerarquÃas y sÃmbolos (ðŸ¤).
Irving avanza entre sectores expresivos circunscritos a la sed de tránsitos emocionales (😵). En tanto pendulan significantes que magnifican su sello. Asà se mancha de óleo las telas y el rostro, toda vez construye un corpus estético servil a sus escarceos internos, ya que él trabaja de sà para sÃ, mediante códigos persecutores de una impronta inenarrable, ungida desde un imaginario que solo logra relatar en arte (🥵) .

La traducción de ideogramas al lienzo, luego de ser totalmente humanizados, representa el mayor atrevimiento de esta serie (😎). Decenas de rostros miran, juzgan, se burlan, se deshilan. Todos producto del jugueteo emocional de su hacedor frente al selfie (😗). Estos narran las diferentes facetas anÃmicas de un sujeto creativo en pleno proceso de catarsis, donde la reelaboración conceptual que pudieran brindar los emojis del teclado del móvil cobran una dimensión diferente en tanto a modo figurativo como a estructuración formal (🤯). Asà logra Irving contener un repositorio de expresiones propias, irrepetibles e irreductiblemente suyas.
Esta simbologÃa, harto contemporánea, resuelta en códigos muy recientes — más aún analizado desde la situación cubana — sintetiza un lenguaje asequible desde la virtualidad, toda vez logra potabilizar la comunicación de cuestiones inefables como el orden emocional (😃). En tanto, al ser extrapolada y escrita desde lo fáctico/tangible, se redimensiona, situándose en un plano de asimilación pragmática, más explÃcita, donde el diálogo no se establece desde la situación de lejanÃa que ofrece la virtualidad y la universalidad de los emojis, sino desde el intercambio con un sujeto fÃsico — aunque abiótico — individual (🤓).

Asà el sÃmbolo varÃa su concepto, ya que involucra, en este caso, las especificidades de un sujeto creativo, quien plasma en su obra los estados emocionales que es capaz de autopercibirse e inmortalizar, para posteriormente representar en lienzo (🤩). Aquà tenemos una triple representación de la emoción y todo un proceso: percibirla, exteriorizarla a través de la expresión facial, capturarla en foto, poetizarla y pintarla.
Irving es alguien de sueño y futuro, solo concreta las determinantes que lo inquietan y hostigan (😊). Por tanto nunca falseará algún elemento que forme parte de su identidad creativa y artÃstica, pues estarÃa flagelando su propia concepción de sÃ, desdibujando sus sentidos y esencia, desconociendo al tipo frente al espejo (😖). De esta forma, deconstruye el dogma del sÃmbolo como elemento de culto, situándolo completamente suyo, moldeable y exclusivo.

Emoticonos es de las provocaciones más interesantes que haya notado en el hacer creativo de la Cuba pospandémica (😷). Sus pretensiones dialogan y cuestionan no solo saberes estéticos, artÃsticos o creativos, sino también, generacionales, tecnológicos y comunicacionales, con pie en el ardid de saborear, una nueva fórmula en el discurso de sus emociones (🥰).
Dicho lo anterior, ofrece sus cordialidades, (ðŸ˜)
Raymar Aguado Hernández (ðŸ˜).
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