La gran mayoría de los amantes del arte conocemos a Josef Albers y sus cuadrados multicolores. Pero es curioso darse cuenta de que no tanta gente conoce el trabajo de su mujer Annelise, llamada familiarmente Anni. El pasado domingo hablamos sobre ella en el último capítulo de #womanarthouse. ¡Comenzamos el resumen del hilo que hicimos en Twitter!
Anni Albers, de nacimiento Annieliese Fleischmann, fue una diseñadora textil, tejedora, y pintora alemana. Nació en Berlín dentro de una familia acomodada de origen judío: su madre provenía de una conocida familia de editores, los Ullstein, y su padre era un importante fabricante de muebles.
Cuando tenía 17 años ingresó en el estudio de pintura y arquitectura de Martin Brandenburgen en Berlín y posteriormente continuó su formación en la Escuela de Artes Aplicadas de Hamburgo. Pero desilusionada con la enseñanza tradicional, quiso buscar una formación más experimental. Cautivada por un folleto de la Bauhaus, solicitó una plaza en la escuela en 1922 y, tras ser aceptada, tuvo la oportunidad de estudiar con maestros de la talla de Wassily Kandinsky o Paul Klee.
En esta prestigiosa escuela, Albers se sentía libre: “no había ningún sistema de enseñanza establecida y sentías como si dependiese solo de ti; debías encontrar de algún modo tu manera de trabajar. Esta libertad es probablemente algo esencial que todo estudiante debería experimentar.”
Pero a pesar de la vanguardia y el carácter liberal que se respiraba en la escuela, Anni y las demás mujeres matriculadas tuvieron que luchar en un mundo de hombres y sufrir numerosas limitaciones. Entre todas ellas podemos destacar las “inocentes” recomendaciones que tuvieron que soportar por parte del equipo docente. Walter Gropius, director de la institución, desaconsejaba, por ejemplo, que las mujeres asistieran a aquellas clases consideradas demasiado físicas.
Ante tales declaraciones, Anni no pudo inscribirse en un taller de vidrio y tuvo que matricularse sin quererlo en el taller de textiles. Aunque su interés por el mundo textil fue al principio escasa, los hilos terminaron por seducirla: “pensé que era más bien cursi y afeminado. Pero cada vez me intrigaba más con él y gradualmente lo encontré muy satisfactorio.” La artista alemana descubrió en el arte textil “la combinación perfecta de subjetividad y un método técnico que hace consciente la construcción, las elecciones de materiales, colores y formas” (en palabras de la periodista Patricia Martín).
Durante los años siguientes como estudiante en la Bauhaus (y posteriormente como profesora), Anni creo obras en papel y tapices innovadores, armónicos y perfectamente compuestos con tramados lineales y colores geométricos. Y no sólo eso. Desarrolló pronto un método de producción sistemático: escogía una figura y la repetía hasta lograr la composición final deseada. En muchas de sus obras aparecían módulos que se repetían, rotaban o se entrelazaban siguiendo reglas geométricas.
Una de las curiosidades de las piezas de la artista eran los volúmenes: sobre el primer tejido base, Anni podía tejer una nueva trama secundaria o más, creando distintas capas, lo que confería a la pieza diferentes densidades. ¿Y cómo le llegaba la inspiración? Tal como afirmó la artista en una ocasión, “creo que en parte mi manera de abordar hoy la práctica textil consiste en sentarme, con mucha libertad, e indagar a ver qué sucedería si doblo esto, giro lo otro, etc.”
A pesar de la oportunidad que supuso estar en la Bauhaus, la experiencia en esta escuela no duró mucho. Tras el ascenso al poder del partido nazi en 1933, la institución se vio forzada a cerrar sus puertas porque los nuevos gobernantes vieron en él un espacio de comunistas y liberales. Como muchos artistas e intelectuales europeos, Anni y su ya marido decidieron huir y mudarse a Estados Unidos.
Invitados por el comisario Philip Johnson, ambos comenzaron a dar clase en el Black Mountain College (Carolina del Norte), una experiencia muy positiva para Anni: “resultó ser un lugar muy interesante porque nos dio la libertad de construir por nosotros mismos […]. Yo organicé un taller de textiles y me dediqué a la educación y a desarrollar mis propias técnicas de enseñanza.”
Pero Estados Unidos le brindó la oportunidad a la alemana no sólo de desarrollar su labor como docente, sino de continuar su investigación artística. Como la escuela se encontraba en medio del campo, Anni tenía escasos recursos a su disposición y comenzó a experimentar con nuevos procedimientos y materiales, tanto vegetales como industriales (yute, cáñamo, eucalipto, maíz, etc.).
Esta investigación se vio enriquecida por los continuos viajes por Latinoamérica de Anni y su marido. En estas aventuras la artista pudo estudiar patrones, tejidos y técnicas tradicionales, y comenzó una gran colección de antiguos textiles peruanos: “admiro los textiles precolombinos (los peruanos más que los de cualquier otra cultura). Y creo que no soy la única que piensa en sus piezas como ejemplo de la cultura textil más alta del mundo.”
Al otro lado del Atlántico se produce también otros dos momentos clave de la carrera de Anni. Por un lado, decide recopilar todas sus teorías sobre el textil en escritos que hoy en día son una referencia inexcusable. Destaca sin duda su tratado DEL TEJER, un texto que la posicionó como la artista textil más importante del siglo XX.
Por otro lado, comenzó a probar nuevas técnicas artísticas. En 1963, cuando los Albers vivían en New Haven (Connecticut), Anni dio sus primeros pasos en el ámbito del grabado: «el gran cambio sucedió cuando invitaron a mi marido, Josef Albers, a trabajar en la imprenta Tamarind Lithography, en Los Ángeles […]. June Wayne, director de la imprenta, me instó a que realizara yo misma una litografía. Descubrí cómo, en la litografía, la imagen de los hilos podía reflejar una libertad que jamás hubiese podido imaginar.»
A sus primeras series litográficas, que se inspiraron en el hilo y sus formas, siguieron grabados con distintas capas: las tintas se mezclaban con ácidos, generando coloridas transparencias y dando lugar a ilusiones ópticas. El hecho de producir en serie enamoró a la artista. Desde entonces y hasta la década de los ochenta, Anni concentró todas sus energías en la impresión gráfica – sobre todo serigrafías, aguatintas y litografías –, dejando de lado sus labores de tejedora.
Mujer tenaz, Anni supo dar la vuelta a todas las situaciones de su vida por difíciles que fueran. A pesar de no aparecer en muchos libros, aún hoy es considerada una figura fundamental en la historia del arte y una de las pioneras del arte textil.
Gracias a su trabajo y calidad, fue la primera artista textil femenina en tener una exposición individual en el Museum of Modern Art de Nueva York y desde entonces sus obras no han parado de ser mostradas por todo el mundo. La última oportunidad para ver en directo sus piezas es en Londres: esta misma semana se ha inaugurado en el centro Tate la primera gran exposición de la artista en Reino Unido, reconociendo así su gran contribución al arte.
Si queréis conocer más sobre esta artista y su legado os recomendamos visitar la web de la Fundación Josef & Anni Albers. Abierta en 1971, está institución está dedicada a preservar y promover los logros perdurables del matrimonio de artistas.
Y aquí acaba el resumen de lo que paso en el último capítulo de #womanarthouse. Espero que hayáis aprendido un poco más sobre Anni. ¡El próximo domingo más!
El próximo domingo 14 de octubre en el proyecto Woman Art House se hablará de la artista Carmen Herrera, podéis seguir la iniciativa desde Twitter en la cuenta de Montaña Hurtado y desde el hashtag #womanarthouse
Etiquetas: Anni Albers, WOMAN ART HOUSE Última modificación: 14 septiembre, 2023