Maider López (San Sebastián, 1975) trabaja con el espacio público, la arquitectura, y la participación del espectador siempre con un carácter lúdico. A través de sus obras pone de manifiesto situaciones y circunstancias que, por cotidianas, nos suelen pasar desapercibidas. Si te perdiste el hilo de Twitter en el que hablamos de su obra, puedes leerlo aquí.
Aunque su producción haya tomado otros derroteros, se especializó en pintura en su formación en Bellas Artes. Esto se hace patente en sus primeras obras que, aunque siempre en relación con la ocupación y transformación del espacio, tienen un carácter postminimalista. A pesar de que las formas planas y los juegos cromáticos siguen los preceptos de Donald Judd en cuanto a “ni pintura ni escultura”, se alejan de la máxima del minimal “lo que ves es lo que ves”. Pues, tras la aparente simplicidad de conceptos, en sus primeras obras ya se escondía una vocación transformadora del espacio y de interpelación al espectador.

Ejemplos de estas primeras obras son Lámparas, instalación que llevó a cabo en 2003 para la Galería Max Estrella, o Mesa y bancos (2002) que formaron parte del mobiliario de los stands de sus galerías en ARCO 2002 y 2005. Es lo que Estrella de Diego vendría a denominar como “minimalismo relacional” y que López lleva desarrollando durante toda su carrera.
Va un paso más allá con Toldos (2003), una instalación de toldos de colores brillantes en la fachada de la Casa Encendida. A través de la inclusión de un pequeño elemento arquitectónico que suele pasar desapercibido, cambia la percepción completa del edificio, mediante unos dispositivos que se despliegan o recogen dependiendo del tiempo atmosférico. Significa la interacción del arte con la vida cotidiana de una manera tan velada y disimulada que la instalación artística pasa a formar parte del día a día de los viandantes sin que sean conscientes de ello.

En 2005 fue invitada a la Bienal de Venecia por el Pabellón de Italia, en el que instaló unos tablones en el suelo, a imitación de los originales, que se movían ligeramente al pasar sobre ellos desvelando fuerte color naranja de sus laterales. En otras estancias dividió visualmente cada muro y plano espacial con diferentes colores sobre los que incluía las medidas de cada superficie. En el momento de pisar este nuevo suelo o adentrarse en el espacio autorreferencial, el visitante se hacía consciente de su propio caminar y habitar el espacio.

Ese mismo año, sus proyectos toman un carácter de convocatoria. En Ataskoa, mediante un llamamiento público, cientos de coches acuden al monte Aralar en Navarra para formar un atasco descontextualizado, en un espacio donde normalmente no lo habría, en lo que a priori parecería un acto espontáneo. O Playa, obra en la que crea una situación inverosímil, donde todos los asistentes el 18 de agosto a la playa de Zumaia llevan toallas rojas. A través de la transformación de situaciones cotidianas, se crean nuevas posibilidades nunca imaginadas.

Una de sus obras que mayor implicación ciudadana y mayor transformación de la cotidianidad supuso, fue Polder Cup (2010) en Holanda, invitada por el Centro de Arte Contemporáneo Witte de With y la Fundación de Arte y Espacio Público Skor, en un proyecto para eliminar los límites entre la institución y la esfera pública. Conocedora de las circunstancias e idiosincrasia de las ubicaciones donde trabaja, Maider López concibió un campeonato de fútbol de un día de duración, usando como campo de juego los pólders, terrenos parcialmente inundados que la tierra ha ganado al mar, con la transformación de las reglas del juego que esto trajo consigo. El propio centro de arte se transformó en centro de inscripción al torneo, cumpliendo con el reto de acercar a otro tipo de públicos al museo. Gracias al proyecto, se creó, además, un ambiente comunitario y de diversión, rompiendo con la excesiva regulación que suele haber en el país en torno al espacio público y que da poco margen para la improvisación y su uso espontáneo.


Por el contrario, en Making Ways (2013) analiza el uso espontáneo que hacen los viandantes del espacio público a través del estudio de un video fijo de un paso de peatones en Estambul, y como se crean nuevas vías de paso colectivas a través de acciones individuales.
Maider López también juega con el tiempo y la memoria. Así lo hizo con la obra Fuentes, dentro del marco de Donostia / San Sebastián 201 Capital Europea de la Cultura. Instaló en un parque 13 fuentes que habían formado parte del paisaje urbano alguna vez en los últimos 25 años, pero que habían sido retiradas. A la vez que constituye un archivo del mobiliario urbano de la ciudad, reactiva los recuerdos de los ciudadanos.
Si gran parte del trabajo de López se centra en transformar y buscar nuevos usos del espacio público, no menos importante es en su obra la transformación de la arquitectura, con especial hincapié en la arquitectura de la propia sala de exposición. En 2006 llenó la sala expositiva en Caixa Forum Barcelona mediante la repetición de un elemento estructural básico: 110 columnas que ocupaban toda la sala y hacían prácticamente imposible la posibilidad de deambular entre ellas. Algo parecido propuso para ARCO 2007, donde transformó todo el espacio de la galería mediante la construcción de paredes que imposibilitaban el uso del propio stand y reflexionaba sobre el funcionamiento de las propias ferias de arte. En diversas ocasiones ha transformado el espacio de la Sala Koldo Mitxelena, primero en 2008, mediante la inserción en una sala de una reproducción a pequeña escala de todo el plano del museo, y en 2015 con Desplazamiento, obra en la que duplicaba las paredes de la propia sala y las desplazaba 140 cm frontalmente y 190 lateralmente respecto a su ubicación original, con una altura de 50 cm. Con estas transformaciones interiores convierte el continente en el contenido: la arquitectura en la propia obra de arte, y altera la relación del espectador con el espacio dotando a los elementos arquitectónicos de nuevos usos.


En otras intervenciones como 65 lápices 4B (2016) en el MARCO de Vigo, 1645 tizas (2016) en Matadero Madrid o Caja de 120 lápices de colores (2017-18), nos plantea formas diferentes de cuantificar los espacios. La manera en la que se mide la obra o la arquitectura ya no es en centímetros o metros, si no en la cantidad de estos materiales plásticos que se utilizan para cubrir la superficie por completo.

A mi modo de ver, todas las obras de Maider López tienen ese punto en común, que tan interesante hace al arte en algunas ocasiones, de producirnos una leve sonrisa. Y que se consigue al hacer que el espectador se sienta interpelado a través de situaciones de su día a día. En este aspecto os animo a visitar su web www.maiderlopez.com, donde encontraréis todos sus trabajos, y a sonreír con obras -que he tenido que dejarme en el tintero- como Entrada libre, Off Sight, 366 sillas o Piscine Saint Georges.
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