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La historia del arte y la moda siempre ha tenido una obsesión con las alas. Desde Ícaro hasta los ángeles de Botticelli, desde las mariposas de Alexander McQueen hasta las fantasías cibernéticas de los videojuegos contemporáneos, la idea de volar, de mutar, de transformarse, ha sido una constante simbólica. Pero en MORPPH, la serie visual de Deanna Leonard, esa aspiración al vuelo ya no es mística ni mítica: es una declaración de principios posthumanos. Aquí no hay polvo de estrellas ni magia infantil. Hay chips, hay biotextura, hay emociones programadas. Y hay belleza—una belleza que no se parece a nada anterior.

Deanna Leonard

Lo que propone Leonard no es simplemente una estética futurista, sino una forma de existencia que redibuja las líneas entre lo humano y lo otro. Sus nano-fembots, mitad mujer, mitad insecto, mitad software, no responden a narrativas tradicionales. No tienen nombre, sino número. No se identifican por género o historia, sino por forma, brillo y función. Es un acto de ruptura con las convenciones de identidad, pero también una invitación abierta a la proyección emocional del espectador. Como si cada una fuera un espejo translúcido de lo que podríamos llegar a ser si dejáramos atrás nuestras propias definiciones.

El referente a Campanilla, la pequeña hada de Peter Pan, parece inevitable. Pero aquí, como en una especie de remix distópico, Campanilla ha sido actualizada. Ya no es la compañera celosa del niño que no quería crecer. Ahora es la protagonista absoluta, reescrita como icono de una nueva era donde el cuerpo es interfaz, la moda es biotecnología y la emoción es ingeniería. Sus alas no son de luz: son de datos. Su polvo de hada es información comprimida. Su lenguaje, silencioso pero eléctrico.

MORPPH es, en esencia, un manifiesto sobre la evolución de la belleza. No la que responde a cánones impuestos, sino la que surge cuando se rompen las barreras entre naturaleza y máquina, entre emoción y cálculo, entre arte y código. Es un homenaje a la inteligencia artificial como compañera creativa, pero también a la inteligencia emocional como territorio aún por explorar en el mundo digital. Leonard nos recuerda que una IA puede aprender a dibujar sonrisas, pero quizás también, algún día, pueda aprender a sentirlas.

Si el arte del futuro va a hablarnos de nosotros, será a través de figuras como estas. No perfectas, no humanas, no explicables. Pero sí profundamente conmovedoras, misteriosas y libres. En un mundo que corre hacia la hiperrealidad y la sobrecarga sensorial, MORPPH propone una estética quieta, plana, casi gráfica, que invita a la contemplación más que al estímulo. Como si el futuro no fuera una tormenta de píxeles, sino un jardín de silicio en flor.

Y si alguna vez la humanidad necesita una propuesta grafica para una exposición universal en el año 3000, apuesto lo que sea a que llevará antenas en los párpados, pétalos en los labios y una mirada hecha de algoritmos y poesía. Tal vez, al final, la evolución no nos lleve a las estrellas, sino al corazón de un nuevo lenguaje visual: uno donde, como en MORPPH, lo humano ya no se define por lo que es, sino por todo lo que puede llegar a ser.

Este texto has sido redactado tomando como inspiración los argumentos de la propia creadora, donde he aportado mis propios conceptos y un análisis de su obra muy minucioso. Además ha sido revisado por GPT para perfeccionar la distribución. Descubre más sobre la opinión de la creadora y más imágenes en la versión impresa de creAtIva Magazine / Vol/6 – Mundos Futuros.

Etiquetas: , Last modified: 20 mayo, 2025