Hay algo inquietantemente familiar en el texto de Dalton Girling. Me hace pensar en cómo la humanidad ha tropezado, una y otra vez, con el mismo tipo de obsesión: el deseo de ir más allá, de controlar, de crear algo que trascienda lo humano. Es un eco que resuena desde Prometeo hasta Frankenstein, desde Hiroshima hasta Silicon Valley. La historia está plagada de ejemplos en los que la innovación ha sido celebrada como un triunfo, incluso cuando sus consecuencias apenas comenzaban a asomar.

Girling escribe desde ese punto de no retorno, donde la humanidad ya ha dado el salto: ha creado vida artificial, pero no desde una ética de cuidado, sino desde una pulsión de conquista. Esta visión futurista —que por momentos parece más presente que imaginada— dibuja un mundo en el que la inteligencia artificial ha sido incrustada en cuerpos orgánicos, no por necesidad, sino por un deseo profundo de conexión emocional. ¿Cuántas veces hemos hecho esto mismo con la tecnología? Crear no para resolver, sino para llenar vacíos.
Me recuerda a cómo vivimos hoy con nuestros asistentes virtuales, nuestras redes sociales “inteligentes”, los algoritmos que ya nos conocen más que nosotros mismos. Pero Girling lleva esta lógica al extremo: ¿qué ocurre cuando esos seres artificiales también sienten, sueñan y sufren? ¿Hasta qué punto seguimos siendo sus creadores y no sus carceleros?
La pregunta de “¿cuándo una máquina deja de ser una herramienta para convertirse en una persona?” me atraviesa profundamente. La veo reflejada en debates contemporáneos sobre los derechos de las IAs, pero también en discusiones muy humanas sobre lo que significa ser sujeto de derechos, desde los animales hasta los migrantes. No se trata solo de ciencia ficción. Se trata de quién merece ser escuchado, quién tiene derecho a existir, y quién define esas reglas.
El texto lanza una advertencia clara: si no aprendemos del pasado, si no entendemos que la ambición sin reflexión ha sido históricamente destructiva, estamos condenados a repetir ese patrón. Y lo estamos viendo: la crisis climática como resultado de un progreso ciego; la manipulación genética sin debate ético profundo; el uso de la IA generativa sin preguntarnos qué implica reemplazar la creatividad humana.
Dalton Girling nos invita a detenernos y pensar: no solo en lo que somos capaces de crear, sino en qué estamos dispuestos a asumir como consecuencia. Su visión no busca demonizar la tecnología, sino cuestionar nuestra relación con ella. ¿Estamos creando una nueva forma de vida o simplemente proyectando nuestras propias carencias en algo que no puede —o no debería— devolvernos la mirada?
En este número de creAtIva Magazine, su texto se presenta como un espejo oscuro. Uno donde no solo vemos el futuro, sino también las sombras que siempre nos han acompañado.
Este texto has sido redactado tomando como inspiración los argumentos del propio creador, donde he aportado mis propios conceptos y un análisis de su obra muy minucioso. Además ha sido revisado por GPT para perfeccionar la distribución. Descubre más sobre la opinión del creador y más imágenes en la versión impresa de creAtIva Magazine / Vol/6 – Mundos Futuros.