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Escrito por: Feminismo Museos Woman Art House

Sangre en el museo. Ana Mendieta

Hacia el museo feminista a partir de la lectura feminista y decolonial de la obra de Ana Mendieta.

Hacia el museo feminista a partir de la lectura feminista y decolonial de la obra de Ana Mendieta.

Ana Mendieta tenía 36 años cuando cayó por la ventana de su apartamento en el piso 34 del Greenwich Village. Llevaba poco más de una década desarrollando una carrera artística radical y política basada en los nuevos lenguajes de la performance, el video y el body art. Plenamente incorporada al contexto artístico de los años setenta, entiende el cuerpo, su cuerpo, como un campo de batalla en el que librar un trabajo crítico que solo se puede comprender como un grito feminista y decolonial.

Protesta frente a la Tate Modern de Londres en 2016

Ana Mendieta es asesinada el 8 de septiembre de 1985 por el hombre con el que se había casado unos meses antes, el también artista Carl Andre. No hubo testigos. Pero alguien escuchó, tras una fuerte discusión, a una mujer gritar «NO» antes de caer al vacío. Andre presentaba arañazos compatibles con una discusión previa. Fue arrestado por la policía (la fianza para su excarcelación fue pagada por el artista Frank Stella) y acusado de asesinato en un largo juicio que se sentenció tres años después con la total absolución de Carl Andre. Aquel juez (porque Andre consiguió evitar someterse a un jurado popular alegando posibles influencias al mismo por parte del movimiento feminista) dio por válida la declaración del acusado: Mendieta se tiró al vacío. Un suicidio al que se aportaron como pruebas las performances de una artista que trabajaba con su cuerpo. Un cuerpo dañado, atravesado, por las emergentes cuestiones de género y raza. No se juzgaba al asesino, se juzgaba a la asesinada y su trabajo como artista.

Parece imposible (y difícil de creer) que Ana Mendieta, en la plenitud de su vida artística, se suicidara. Su obra, de hecho, está muy lejos de las conductas suicidas como trató de argumentar Andre y como admitió una justicia que claramente se manifiesta patriarcal. La suya es una celebración de la vida como se demuestra en los relieves rupestres que talla en 1981 en la Cueva del Águila (en el parque de Jaruco, Cuba) que representan a ancestrales diosas caribeñas dadoras de vida. Su historia es una más de las innumerables mujeres cuyos asesinatos han quedado impunes. Y al mismo tiempo no es una historia cualquiera de violencia doméstica. La suya alcanza a la opinión pública y promueve que la comunidad artística se pronuncie. Trasciende lo doméstico y se convierte en un asunto político. También es un asunto artístico. Alcanza a la institución museística que en su apariencia de falsa neutralidad se niega a tomar posición. En el mundo del arte sabemos quién es quién a partir de la manera en la que se justifica el trabajo de ambos artistas.

Guerrilla Girls. What do these men have in common?, 1995

Andre, el impune, quedaba libre para seguir desarrollando su carrera artística. Mendieta ya no podría contestar con la performance y el body art la indiferencia e impunidad ante la violencia física y simbólica que se ejerce sobre los cuerpos de las mujeres (como crítica en Rape Scene o Moffitt Building Piece en 1973). Mientras Andre está sobradamente representado en los museos y colecciones de arte contemporáneo como uno de los máximos exponentes del minimalismo, Mendieta permanece oculta en los almacenes de esos museos. Se le ha añadido una nueva periferia a la identidad marginal que definió su práctica artística como mujer caribeña en un sistema artístico dominado por hombres blancos: convertida en referencia cercana y una de las artistas más influyentes del movimiento artístico feminista, aún marginal en el relato institucional del arte contemporáneo.

A partir de las protestas de 1992 organizadas por Guerrilla Girls y The Women’s Action Coalition (WAC) en la inauguración de la exposición retrospectiva de Carl Andre en el Guggenheim de Nueva York, el movimiento artístico feminista no dejará sin protesta ninguna inauguración del impune Carl Andre. Las feministas no olvidan. «¿Dónde está Ana Mendieta?» rezaban las pancartas frente al Guggenheim. «El mundo del arte es cómplice». Cómplice del blanqueamiento del artista con apoyos y dinero durante el proceso judicial. Cómplice con su silencio del éxito de los maltratadores. Cómplice de la exclusión de las mujeres en las instituciones artísticas. Aquella protesta no era solo una reivindicación de apoyo a la artista. El movimiento feminista apuntaba al museo patriarcal y sus misóginos y racistas mecanismos de legitimación.

Museos de Nueva York, Los Ángeles, Londres, Madrid, han sido testigos de estas protestas en los últimos años. Las artistas feministas interrumpen en las exposiciones de Andre visibilizando a la ausente Mendieta con el color sangre con el que marcó su silueta en el México precolombino entre 1973 y 1978. La artista Christen Clifford y el colectivo No Wave Performance Task Force protagonizaron en 2014 una de estas acciones (We Wish Ana Mendieta Was Still Alive) con motivo de la exposición Carl Andre: Sculptures as Place, 1958-2010 en la Dia Art Foundation en Nueva York, la institución que custodia su legado. Derramaron sangre y vísceras de pollo en la entrada de la institución creando un efímero memorial. Era la misma sangre que Mendieta empleó en muchas de sus performances (como en Chicken Movie, Chicken Piece de 1972 con la que denunciaba los feminicidios) con un sentido tanto ritual (en consonancia con el accionismo de aquellos años) como político y feminista. La exposición de la Dia Art Foundation tuvo su itinerancia en 2015 en el Palacio de Velázquez, sede del Museo Reina Sofía y su correspondiente acción de protesta en memoria de la artista por parte del colectivo ¿Quién coño es?

Ana Mendieta, Sweating Blood, 1973. Photo: The Estate of Ana Mendieta Collection, LLC.,Courtesy: Galerie Lelong & Co.

Estas acciones deben entenderse como una extensión del trabajo de la artista. «Empecé inmediatamente a usar sangre, supongo, porque es algo con un gran poder mágico. No la veo como una fuerza negativa. Yo lo iba a conseguir realmente porque estaba trabajando con sangre y con mi cuerpo. Los hombres estaban en el arte conceptual y hacían cosas que eran muy limpias», revela Mendieta en una entrevista en 1980. Su obra performática en la que compromete su cuerpo se sitúa en las antípodas del aséptico arte minimal tan alejado del mensaje político del arte de acción. No es casual que el museo decida sobreexponer a Andre y ocultar a Mendieta. El minimal, carente de relato, encaja perfectamente con la supuesta neutralidad del museo. La práctica de Mendieta la desborda. Es problemática porque apela a los cuerpos dominados, sometidos y violados de las mujeres y de las indígenas representadas en los relatos oficiales de la historia del arte que llenan los museos.

La ampliación de la Tate Modern de Londres provocó una nueva protesta de las feministas en 2016. La nueva Tate se publicitaba por la inclusión de las mujeres en las nuevas salas de exposición permanente mientras la obra de Ana Mendieta quedaba en los almacenes. “Where the fuck is Ana Mendieta?” Y recordaban que Carl Andre, que sí está expuesto en las salas y a quien se le dedican innumerables recursos y visibilización, asesinó a la artista. El museo que se pretenda feminista no puede seguir obviando las turbias circunstancias que rodean la muerte de Ana Mendieta (y que señalan a Carl Andre) y cómo estas han determinado el devenir del movimiento artístico feminista de las últimas décadas que, supuestamente, pero fragmentado y ocasional, incorpora. Tampoco puede seguir legitimando a misóginos y maltratadores, contemporáneos e históricos, sin confrontarlos desde las perspectivas feministas pretendidas. Es insostenible la complicidad del museo con la violencia feminicida, matando simbólicamente a las artistas a las que solo utiliza para cubrir cuotas o publicitarse.

El museo feminista es el que discute con la justicia patriarcal que culpabiliza a las mujeres. El museo feminista confronta la violencia normalizada en los relatos históricos. El museo feminista no excusa a los genios maltratadores. El museo feminista rechaza las exclusiones por razón de género y raza. El museo feminista no entiende de jerarquías ni privilegios. El museo feminista pone en jaque las estructuras de poder que durante siglos han justificado las desigualdades. El museo feminista incorpora la protesta. El museo feminista no es neutral. Es el museo del siglo XXI.

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