La Galería José de la Mano inaugura la muestra JULUJAMA “…olvidado por esta libertad”. Pinturas [1973-1981]. Comisariada por Joaquín García Martín, supone la primera exposición en Madrid de JULUJAMA, primer nombre artístico de Juan Luis Javier Marí (Valencia, 1952).
La carrera artística de JULUJAMA se desarrolló, fundamentalmente, entre los años 1972, cuando realiza su primera exposición, hasta 1981, cuando deja de pintar por un tiempo que se prolongará hasta hoy. Esta muestra quiere recuperar su trabajo, darlo a conocer y ponerlo en valor y ayudar a comprender mejor una práctica, la de los artistas queer y su representación en nuestro país.
Javier Marí nace y crece en Valencia, en un entorno típico de las clases medias del franquismo católico, en pleno desarrollismo marcado, en Valencia, además, por las primeras llegadas del turismo internacional. Desde muy pequeño se interesa por el dibujo, la pintura y la música lo que conduce a que su familia le someta a terapia psiquiátrica y llegará incluso a estar ingresado durante un tiempo. Esta experiencia le marcará profundamente, aunque el suyo será un caso afortunado ya que el médico descarta cualquier patología e incluso recomienda que continúe con las actividades artísticas. La familia se resigna y cursará estudios de Bellas Artes en la Escuela de San Carlos y de Canto y Danza en el Conservatorio.
Fue un pintor muy precoz, ganando premios desde muy pequeño con una obra que destaca por su factura, personalidad y que presagia ya ciertos temas que le acompañarán el resto de su carrera. Esta se pone en marcha a través de los canales habituales de la época exponiendo en salas de cajas de ahorros, ayuntamientos, círculos culturales y salones en Cuenca, León o Sevilla. Cultiva los géneros más clásicos: paisaje, bodegón y retrato. En sus primeras críticas en prensa se destaca su gusto por los colores “violentos a la vez que armónicos”, de raíz fauvista pero gusto naif (sic), que a pesar de su juventud ha “alcanzado un gran aplomo”, que es un retratista “ágil”, sus bodegones son “atractivos”, que “en su anarquía (…) evidencia dotes, inventiva”.
Sin embargo, no acabará sus estudios oficiales que le resultan inútiles ya que “allí (en la Escuela) sólo se hace una cosa: aprender lo que ya está muerto”. Como dirá a la prensa lo que él quiere es “vivir y sentir mi época”. Para Javier Marí la pintura “ha de ser un medio por el que ofrecer imágenes nunca vistas”; pinta “lo que quiero YO como se me antoja a MÍ que es tal y como lo vivo y como lo pienso y siento”. Para él el acto artístico es fundamental: “Me siento libre cuando pinto o dibujo (…) y me gusta sentirme así, olvidado por esta libertad que soy presa de mi cuerpo, el también ansioso en otros apetitos que están al margen del arte…” (declaraciones y entrevistas en prensa, años 1973-76).
La década de los 70 será fundamental para la modernización del país pero en Valencia se vive de una manera especialmente fuerte, sobre todo en lo social y, más concretamente, en lo que se refiere a la liberación homosexual. La ciudad será uno de los principales focos de la visibilidad queer en España con una escena extraordinariamente importante, en lo político y en lo vital. Juan Luis comienza a vivir su sexualidad de una manera libre y abierta y en su pintura lo deja ver. La prensa recoge, de nuevo, su interés por el desnudo masculino y por el autorretrato: Pinta lo que le interesa y se reafirma a través de la pintura. El periodista de turno destaca su “narcisismo”, esa actitud que se le echa en cara a los jóvenes que no habían vivido la postguerra sacrificada y que será uno de los ejes ideológicos de las Movidas de los años 80.
Un encuentro casual le lleva a conocer al que será su primera pareja, un suizo con el que se marcha a vivir a Ginebra, Lausana, y más tarde Vevey. Allí establecerá una red de contactos afectivos en un círculo de homosexuales vinculados con las instituciones internacionales presentes en la ciudad. Estos contactos le proporcionan encargos (retratos de amigos comunes, de niños, de caballos…) que le permiten vivir y desarrollar una obra más subjetiva y personal que sigue girando alrededor de sí mismo, a través del autorretrato. Sus próximas exposiciones serán en el entorno centroeuropeo, fundamentalmente en Bélgica y Suiza, y cambia su nombre a uno más fácil para el entorno francófono en el que vive. Un nuevo país, un nuevo nombre, una nueva vida: Juan Luis Xavier suena mucho más probable.
Una vez más la prensa nos describe a un pintor que “manifiesta una feliz insolencia, un temperamento del que probablemente se puede esperar mucho”. Él mismo define su trabajo como “pintura maldita porque está llena de fantasmas y de ironía. Mis telas van de un mundo interior…”. Insolencia, temperamento, malditismo, mundo interior, son algunos de los atributos clásicos con los que se ha venido calificando tradicionalmente a los mundos de las sexualidades no ortodoxas.
La obra de Julujama se puede dividir en tres grandes grupos temáticos: el bodegón, el paisaje y el autorretrato. Tres de los géneros fundamentales de la tradición de la historia de la pintura clásica que el autor deforma para adaptarlos a sus necesidades expresivas.
Los bodegones describen su entorno con un punto de vista subjetivo. En el cuadro vemos lo que ve él, lo vemos desde su punto de vista, a través de sus ojos. Son entornos cotidianos, llenos de objetos vulgares y comunes, en los que algún detalle introduce nueva información que nos lleva a leerlos desde otro punto de vista: dentro del horno hay una calavera (la del dictador); en la repisa, junto a la cama de la que asoman dos cabezas masculinas de espaldas, hay un bote de vaselina; el objeto principal del cuadro es un rollo de papel higiénico del que unas manos (las nuestras, las suyas) están cortando un par de hojas…
Los paisajes tienen un doble valor en la pintura de Julujama: en algunos casos sirven para reflejar una realidad exterior contraria o para evocar un entorno fantástico ideal. Detrás de las ventanas vemos una ciudad que se adivina gris y hostil y de la que estamos separados por barreras físicas (ventanas, paredes, cortinas). Al mismo tiempo, la aparición de la naturaleza, que rompe el marco real, envuelve al personaje (fundamentalmente autorretratos) en un entorno de fantasía y liberación. Cuanto más libre aparece en lo sexual o con la atribución de elementos considerados femeninos, más salvajes y frondosos son los elementos naturales que invaden la cotidianidad.
Finalmente, los autorretratos nos muestran, nos enseñan, cómo se ve a sí mismo y cómo se sitúa respecto al mundo y a SU mundo. En un grupo de estos vemos su cuerpo desde su subjetividad con lo que el pintor llama “punto de vista sofrológico”: en el cuadro aparece su cuerpo (vestido o desnudo), de torso hacia abajo, en un entorno que parte de la realidad pero que se va apartando de ella para convertirse en otro lugar más o menos fantástico. Tomar un baño en la bañera o el sol en el jardín, tumbarse en la tierra o en la cama, se abren a posibilidades imaginarias, a otros mundos que no son reales y en los que la Naturaleza tiene un valor esencial de espacio para la libertad y la fantasía. Esto es: a través de sus ojos vemos su mundo (su cuerpo nos dice que es él, que es donde él está) que no es el real, que es otro mejor y fabuloso. La Naturaleza, además, como espacio de libertad y de realización. Y sobre todo Naturaleza frondosa, excesiva, sensual.
Por su parte, otra serie de autorretratos, en los que sí aparece su rostro, constituyen un fascinante recorrido por la construcción de la persona queer y su representación. En el más antiguo que conservamos (1975) aparece su rostro reflejado en un trozo de espejo sostenido por una mano delante de una ventana. La mano y el hecho del verse reflejados colocan al espectador dentro de la subjetividad del retratado. Los bordes cortantes del cristal nos hablan de una relación hiriente con el mundo alrededor. La ciudad al otro lado de la ventana, más allá, separada por una cortina cuyos dobleces a primera vista parecen barrotes… Unos años más tarde, en Suiza, se presenta ante nosotros sin elementos intermedios: mostrándose desnudo (le vemos el torso y la cara, pero le adivinamos sin más
ropa) de una manera explícita y orgullosa. Julujama se muestra al espectador en todo su esplendor y este viene rodeado de atributos directamente contrarios a cualquier representación habitual de lo masculino. En uno de ellos le adivinamos exhibiéndose ante el espejo del baño (en la repisa están todavía los botes y cepillos de dientes) pero su entorno ha dejado de ser el diario para convertirse en una selva frondosa y lujuriante. En el vello corporal se ha colocado rulos de peluquería.
En otro cuadro contemporáneo vuelve a aparecer la ciudad detrás, al otro lado de la ventana, pero la actitud corporal ahora es distinta, reivindicativa y orgullosa en el mostrarse desnudo ante el espectador. Las luces que entran desde la parte superior nos hacen pensar en los focos de un espectáculo teatral. Los
colores son brillantes y contrastados. Esta vez, el vello del cuerpo está peinado en trenzas gruesas y
serpenteantes.
Finalmente, en el que quizá sea el ejemplo más espectacular, Julujama vuelve a jugar con los mismos elementos pero con un resultado mucho más efectivo en cuanto a la construcción de la imagen queer: el cuerpo otra vez exhibiéndose, la mirada fija en el espectador, esta vez con un deje de seducción, los detalles corporales sensuales (cuello, pezones) esta vez se adornan con lazos y detrás, en lugar de paisajes naturales o entornos urbanos, aparece un fondo de portadas de revistas femeninas de la época, Elle, Vogue y sobre todo Burda, una revista que proporcionaba patrones de costura para las amas de casa. No es solo el pop o el camp habituales de las estrategias de representación homosexual. Literalmente se trata de manuales femeninos de construcción del cuerpo.
Cuando tenga que regresar a España a principios de los años 80 se encontrará con un país y una situación personal muy cambiados. Las circunstancias familiares le permitirán vivir cómodamente y se lanza al diseño de un taller-estudio perfecto, junto al mar, en una casa heredada de la madre, donde pintar en las condiciones ideales. Sin embargo, las presiones inmobiliarias, políticas y económicas mantendrán ese proyecto vital en suspenso durante décadas, juicio tras juicio, hasta hacerle aborrecer el interés por volver a pintar. Lo que iba a ser un parón hasta conseguir ese entorno físico modelo se prolonga hasta el día de hoy. Un cuadro, fechado en 1981, se convertirá en el último. Julujama parece una metáfora de España, que abandona la modernidad para lanzarse en brazos de la construcción en la costa. Mientras tanto su obra cae en el olvido. Se siente menospreciado como artista y dedica todo su tiempo a iniciativas medioambientales y contra la especulación. Con la democracia la libertad por la que se dejaba olvidar cuando pintaba parece que se ha olvidado ahora de él.
Comisario: Joaquín García Martín
Fechas: Del 15 de junio al 28 de julio de 2023
Lugar: Galería José de la Mano, Madrid