Stabat Mater dolorosa; Iuxta crucem lacrimosa.
SXIII
El pasado uno de abril, pudimos asistir en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, a la performance – corolario del artista Abel Azcona: Madre e Hijo. Tras incansables años de búsqueda infructuosa, partiendo de la asunción de la madre perdida, ausente, el artista decide el año pasado cerrar un ciclo procesual y vital con la exposición retrospectiva en el Centro de Arte La Panera de Lleida.

A pocos días de la inauguración de la muestra, de manera inesperada, su madre, Isabel, adquiere presencia, se materializa. El fallo social (y moral), la burocracia y las trabas administrativas habían imposibilitado su encuentro. La madre, al igual que el hijo, de manera paralela, llevaba tiempo tratando de localizarle, de propiciar un acercamiento. Esta acción, contemplada desde la perspectiva de la larga carrera del artista, adquiere forma de vértice que ahora se invierte y se convierte en vórtice. La herida interna se abre hacia el exterior, se hace colectiva, lo particular se hace universal.
Conocí a Abel, antes de Abel, hacia 2009, como David Azcona cuando presidía la asociación La voz de los adoptados en Pamplona, luchando en aquel momento contra el sistema desde la acción social. Algunos años mas tarde, en 2013 descubrí por azar Empathy & Prostitutión. David/Abel contra Goliat, esa administración antigua, heredera del franquismo, rígida y disociada. Abel, nombre que del hebreo significa “el frágil”, buscando a Eva.

Hace algunos años reflexionaba en este mismo medio, a través del pequeño ensayo San Abel Comediante y Mártir sobre el trabajo y la trayectoria de Abel hasta ese momento, desde la perspectiva del abandono. En él, de manera nuclear, el concepto de Primal Wound o herida primigenia, se encontraba en el epicentro del discurso. Este hecho singular, inesperado y casi mágico, la presencia de la madre, obliga a una relectura de la narrativa del artista tanto por su parte como desde la periferia.
Abel Azcona, el ungido, nace cargando a sus espaldas los peores pecados de esta sociedad: el abuso sexual a la infancia, la prostitución y toda la suerte de violencias que sufren las personas más desfavorecidas infringidas por un sistema cisheteropatriacal, capitalista y colonial furioso que se resiste a ser desmantelado. A través de su práctica artística, Abel parece destinado a redimirlas, a veces a su pesar. La reivindicación del aborto, la libre decisión de su cuerpo por parte de la mujer, cobra relevancia desde la responsabilidad y los cuidados al comprender el contexto y los no-recursos de su madre.

La intercesión de Isabel, con su historia de vida, provoca un “salirse de si” para volver, desde otra perspectiva, más global, que pone sobre la mesa la necesidad de abordar los escollos de una sociedad sumida en la dismnesia desde la interseccionalidad. Kimberlé Crenshaw, abogada afroestadounidense, acuñó el término en 1989 refiriéndose a la discriminación acumulativa que se produce cuando una persona pertenece a múltiples grupos sociales desfavorecidos. Ante los mecanismos sociales de invisibilización, esta acción con su carácter ritual, habilita su representación y le pone nombre.
Estaba la madre dolorosa, junto a la cruz llorosa. Si la performance es el arte de la presencia, el círculo se ha completado. El trono etimásico de la espera ha sido ocupado, no por parte del padre sino de la madre, casi como resultado de una invocación o de una plegaria escuchada. Jaculatoria que adquiere la forma combinada de mis familias; Las madres elegidas y Retorno al padre. En palabras del artista: He encontrado a una persona con tantas heridas como yo, o incluso más. Asistimos por lo tanto a una doble Pietá, la de Miguel Ángel y la de Marina Vargas, hecha una, no sedente, autososteniéndose desde el perdón y la compasión.