‘La mañana del 16 de enero de 1992 –tenía yo 15 años-, mi madre me envió a dar el pésame a un compañero del colegio cuyo padre había sido asesinado el día anterior. Recuerdo el impacto que me produjo la noticia y la conmoción que sentí al atravesar los jardines de la Avenida de Blasco Ibáñez, lugar donde Manuel Broseta –así se llamaba el padre de mi compañero- recibió el disparo que le causó la muerte. En el recorrido hasta su casa, a la altura de la Facultad de Derecho, pasé por una zona aislada por un cordón policial. Era el lugar del atentado. Alguien, en su interior, había dejado un ramo de flores sobre un banco. Este recuerdo, que no ha dejado de manifestarse en mi conciencia desde entonces, aparece siempre como una forma de pensamiento inasible o como la visión de un espacio en crisis. Su voluntad de pronunciarse me ha llevado a realizar este proyecto’.
Con este texto se inicia la exposición de Eduardo Nave en el Centro Cultural Conde Duque de Madrid. Junto a ella una de las pocas fotografías en gran tamaño que encontraremos en la muestra y que dan sentido visual al texto. Es la primera de las imágenes que nos encontramos la que más directamente afecta al fotógrafo, sin embargo, todas y cada una de las que después podemos ver tienen detrás una historia similar. Espacios, todos ellos, en donde la organización terrorista ETA ha cometido un atentado desde la década de los sesenta hasta la actualidad.
‘A la hora, en el lugar’ documenta sin tapujos, pero sin morbosidades, tanto la ubicación como la durabilidad del suceso. Fotografías vacías, ausentes, donde el protagonismo no es lo que se ve, sino lo que se oye, pues sus fotografías son un acto de escucha permanente sobre el paisaje, consecuencia de tener un oído extremadamente sensible y obstinado. Palabras difíciles de entender a voz de pronto, pues, digamos que la muestra que Nave presenta en este centro cultural responde a un trabajo de documentación exhaustivo donde cobra especial importancia la expresión de la tragedia en clave sonora: la magnitud del volumen y la intensidad del sufrimiento que nace de la propia imagen. Clave sonora que se acentúa con el propio sonido de uno de los vídeos expuestos, el cual llena la sala de un sonido mecánico producido al pulsar las teclas de una máquina de escribir y que es alternado en el desarrollo del vídeo con una tenue melodía.
Pero no todo lo llamativo de esta muestra son las obras o lo que ellas cuentan, pues la disposición de la misma es sin duda un acierto notable. Cinco fotos de gran escala cubren los dos muros diferenciadores de la exposición, en el inicio donde encontrábamos ese texto con el que iniciábamos la noticia, y en el final, donde un pequeño proyector nos muestra el segundo de los vídeos presentados en la muestra y que versa de la producción, también mecánica pero no sonora, del catálogo correspondiente a la exposición. Entre ambos muros 36 fotografías de menor formato se disponen en una especie de atriles en hilera con una altura aproximada de un metro, obligando al espectador a enfrentarse desde arriba y no frontalmente a estos estremecedores espacios. Dicha disposición permite, por tanto, un juego de recorrido en el que uno puede elegir el orden de mirada, además de la exhibición de un alto número de piezas para una sala tan pequeña.
Con estas palabras se da una explicación de la exposición de Eduardo Nave, sin embargo, por muy buenas que sean las palabras no se puede captar la esencia de esta muestra, todo su contenido y reivindicación sin estar allí directamente dejándose embaucar por el enmudecido sonido de sus fotografías.
Toda la información del proyecto: http://www.alahoraenellugar.com/
Artista: Eduardo Nave
Fechas: Hasta el 7 de diciembre de 2014
Lugar: Centro Cultural Conde Duque, Madrid
Demoledor trabajo.
Estuve en una charla con Eduardo Nave en Barcelona y dejó al público en shock con el soporte fotográfico y recopilatorio que lleva realizando más de una década.